El cine Royal y Tarzán de los monos
Antonio Romero Prieto
En la década de los 50, cuando aún era un niño, solía frecuentar el cine Royal...
El cine de mi barrio “18 de Octubre”. Esta barriada tenía su encanto. Ahora todo ha cambiado, albergaba uno de esos cines “de antes” en los que las películas eran exhibidas a techo abierto y en banquetas de madera. El antiguo Cine Royal en los actuales momentos es otra cosa, además de constituir uno de los momentos nostálgicos de los dieciocheros de ayer.
La calle "I": la calle del cine Royal
La calle del cine ya no es la misma, pero siguen levantados los muros de lo que fueron las pulperías “La Bonita” de Chuchanga, “La Múcura” de Rafael Hernández, el “Abasto del pueblo” de Higinio Reyes, la farmacia y el edificio del antiguo cine Royal. Monumentos silenciosos de memorables historias. Cuando uno pasa por el frente de lo que fue el cine Royal, mira extasiado el ayer, el ámbito que constituyó el lugar apropiado para soñar despierto, para hacer amigos, cortejar, verse a escondidas, tomarse de las manos, dar besos de enamorados e incluso, para la entrega de cartas de amor convertidas en contrabando amoroso. Cuantas veces un pedazo de papel fue el testigo de sentimientos, lágrimas y risas, y en más de una oportunidad, el punto de referencia para la fuga de amor planificada en las duras banquetas de madera del cine Royal.
El edificio que sirvió de sede al Cine Royal
Ver la estructura del cine es llenarse de admiración, de recuerdos, de nostalgia y de remembranzas significativas al contemplar esa figura estática que habla por sí misma. Tal vez si logramos entrar al recinto de otrora, reconoceremos y admiraremos cada uno de sus rincones y elementos, aún existentes y resistentes al tiempo, que nos remontan al pasado de manera inmediata e inconsciente. La experiencia es inolvidable y se convierte en un momento sorprendente.
El cine Royal cumplió con su trabajo...
A veces uno llega a querer algunos sitios como si fueran seres humanos. En él se disfrutaron momentos inolvidables, fantasías y también, invitó a la reflexión ante un tema serio que constituía el argumento de alguna película mexicana, norteamericana o argentina. Ir al cine era una experiencia, los recuerdos quedan, igual que algunas imágenes imborrables.
Literalmente viví al lado del cine...
Y con el cine tan cerca fue posible que mi tío Helímenas construyera dos escaleras tan altas como sus paredones, y desde allí podíamos ver las películas. También se convirtió en palco un frondoso árbol de caujil, donde mi hermana Charito podía ver la función vespertina sentada en una de sus ramas, mucho más cómoda que los demás que estábamos trepados de pie en las escaleras. Sin embargo, íbamos al cine los fines de semana, pasábamos por la taquilla a comprar la entrada y nos sentábamos en las banquetas de madera.
Mi visita a una sala de arte
Todos los días religiosamente iba a la entrada del cine, lo que constituía casi un ritual, para mirar los poster, las fotos y esos dibujos gigantes que intentaban copiar la cara de los famosos actores de la época. Esos carteles dibujados por Arístides Galué y el negro Alberto, que después de algunas tormentas, mantenían estoicas sus grandes letras de papel pegadas en la pared que me hipnotizaban y para llevarme un recuerdo buscaba en los botes de basura los fotogramas, que eran tomas consecutivas que por defectos del trabajo se quemaban o reventaban y se convertían en desechos. Esa toma, en mi casa, las podía ver al trasluz.
En esa pantalla cinematográfica conocí a mi superhéroe.
La magia y la fantasía me la ofreció el secreto y la fascinación de las cintas que consecutivamente llegaban al cine Royal. Tarzán de los monos, ese héroe primitivo, pero que en su figura se encerraba la inocencia y la fortaleza que tan solo los más grandes mitos son capaces de atesorar. Eso hizo que yo contara a mis amigos y a mis compañeros de estudio, en forma reiterada, todas las peripecias de mi héroe, hasta el punto de imitar el lenguaje que utilizaba Tarzán. Esas frases cortadas siempre por el mismo patrón: pronombre, verbo en infinitivo y a veces el complemento directo (Tú llamar Jane, yo llamar Tarzán). Tarzán no tenía poderes sobrenaturales, su capacidad física e intelectual eran sus medios de subsistencia en la selva, sin necesitar de medios asombrosos. Su naturalidad me impresionaba.
Johnny Weismuller...
El campeón olímpico de natación protagonizaba los filmes en compañía de Maureen O’Sullivan (Jane), Jhon Sheffield (Boy) y la chimpancé Jitts (Chita) constituyeron parte de mi mundo de fantasías. Estos fueron los primeros actores que personificaron en el cine de la Metro Goldwyn Mayer a los personajes del novelista norteamericano Edgar Rice Burroughs. Antes existían en revistas hasta que aparece en el cine sonoro el Tarzán rey de la jungla. Las películas en blanco y negro con su encanto particular, con momento fotográficos muy buenos, la gracia de Chita, el erotismo infantil entre Tarzán y Jane y la jungla misteriosa y salvaje a los pies del héroe me llenaban de fascinación.
Tarzán, el buen salvaje...
El hombre naturalmente inocente, sin maldad, con una idea de independencia, compañerismo, supervivencia, profundo amor por la naturaleza, entregado al habitat animal y a defender las tribus indígenas africanas en cuerpo y alma hacía que mis ojos no se apartaran ni un momento de la pantalla durante todo el rodaje del film. El pensamiento primitivo del hombre occidental operaba en este héroe de mi infancia.
La selva de Tarzán
No conocía la selva de Tarzán, pero mis antecedentes de haber nacido a la orilla de la playa en mi natal Puertos de Altagracia, vivir en un lugar fronterizo de la ciudad de Maracaibo – barrio 18 de Octubre - y tener además, la oportunidad de vacacionar en los andes trujillanos, permitieron que me identificara con ese mundo bucólico maravilloso de mi gran héroe. Todas esas vivencias se constituyeron en un terreno fácil para imitar las acciones del rey de la jungla africana.
Toto, el protagonista de "Cinema Paradiso"
Por todo lo anterior y cuando vi la película italiana “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornatore, establecí una relación entre el pequeño Salvatore Cascio, conocido como “Toto” y yo y fue la curiosidad, un ávido deseo de conocimiento y la persistencia por el cine. Pero también el cine representó la ilusión intacta, frente a muchas carencias en donde se crea un mundo de fantasías.
El cine, Tarzán y mi profesión de orientador
En la actualidad, después de tantos años de vivir aquella experiencia veo que el cine cumplió en mí la función de espejo. Era la oportunidad de jugar y vivir un mundo donde la vida real y la fantasía se conjugaban. El cine, sus imágenes, el héroe y la vida misma se mezclaron para ofrecer, en cierto modo, una visión de la vida, y tal vez, el camino de la vida misma. La fusión de la diversión, el arte y la cotidianidad moldeó el proceso de mi crecimiento natural y cultural.
El famoso grito de Tarzán
El famoso grito de Tarzán, el que traté de imitar por mucho tiempo trepado en la rama de un uvero de playa que estaba sembrado en el patio de mi casa hoy tiene gran significación. Su grito constituía la salvación de aquellos que necesitaban de su ayuda, de aquellos en que su vida estaba en peligro y nadie más que el hombre que tenía el conocimiento y el dominio de la situación podía llegar hasta ellos y ofrecerles la posibilidad de encontrar en su propio habitat (en su propio cuerpo) la calma y la posibilidad de seguir viviendo en paz y tranquilidad. No lo entendí así en ese momento, pero hoy sé que ese era el efecto estremecedor de un proceso de ayuda.
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