- Caleidoscopio: Mis vivencias como monaguillo del Padre Lisandro Puche. Mi visión como escritor, crítico literario y Orientador.
- Mirada Introspectiva: Referido a mis amigos y colegas de la Escuela de Letras. Universidad del Zulia.
- Mi experiencia como Orientador en La Universidad del Zulia.
- Un arrebato nostálgico: Mi pueblo natal en el recuerdo.
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CALEIDOSCOPIO
Antonio Romero Prieto
“...El momento más emocionante era cuando después de unas oraciones todos los niños comenzábamos a cantar:.. en los copos de la encina, apareces virgen blanca...”.
Desmontando hechos del pasado y al mismo tiempo reflexionando sobre los mismos, quiero escribir en esta oportunidad sobre mi niñez, mi vida como monaguillo y mis relaciones con el Padre Lisandro Puche García, párroco de la Iglesia Nuestra Señora de Altagracia, la Virgen Santa, patrona de mi patria chica. Esta es la época de no callar emociones, puedes olvidarte de lo malo que te ha pasado o pasa a tu alrededor, pero los gratos recuerdos no dan cabida para otras situaciones.
Mi abuela Rosarito Gutiérrez, después de su salida en 1945, vuelve a Los Puertos de Altagracia en 1949, como consecuencia del fallecimiento de mi tía Mélida – su única hija – y se residencia en una casa que compró mi tío José Domingo. La casa en cuestión, ubicada en la calle Baptista estaba a media cuadra de la plaza Miranda y con el fondo para la playa. Esta era la casa que ella quería porque le quedaba muy cerca de la iglesia en donde, a su modo de ver y sentir, recibiría la paz y resignación necesaria. La oración fue su refugio.
Ya era tiempo para hacer mi primera comunión.
En el colegio de los Hermanos Maristas me prepararon para tal acontecimiento, pero por decisión de mi abuela, este sacramento tenía que hacerlo en Los Puertos de Altagracia, ya que allí había nacido, y en su iglesia me habían bautizado y me habían confirmado. El Padre Puche se encargó de dar sus últimos toques para que el 26 de diciembre de 1950, en compañía de los demás niños del pueblo, cumpliría con ese sacramento. Acto que se realiza en el marco de las fiestas Patronales. Este acontecimiento dio lugar a mi gran acercamiento con el párroco de mi pueblo: el Padre Puche. Lo conocí y de él tengo innumerables recuerdos y mucha gratitud. Con su olor a agua de colonia que decía le regalaban las Cardozo. Quiso ser mi padrino de confirmación, pero cuando manifestó a mi abuela su deseo, yo estaba confirmado por mi tío Francisco (Chico) Romero Gutiérrez hacia mucho tiempo, no recuerdo el momento. Pero el Padre Puche era como mi padrino espiritual, tanto que, apenas llegaba al pueblo, de inmediato me reportaba en la casa cural o en la iglesia. Me involucraba de lleno a todas las actividades como lo hacían todos los demás niños, con mucho compromiso, amor y fe.
El Padre Puche era un hombre de baja estatura, rechonchito, siempre con su balandrán negro y con una ternura exquisita. Servicial. Generoso. Discreto y dedicado por entero a su servicio sacerdotal. Tenía la virtud de trasmitir el pensamiento de la iglesia con tanta sencillez que hasta el niño más distraído lo entendía y el campesino más “cerrero” lo comprendía. Tenía una gran afinidad con sus paisanos, porque también era nativo de Los Puertos. Su generosidad, su entusiasmo y su bondad hacia que hasta sus más encarnizados opositores, no de él, sino de la religión, lo respetaran y lo trataran con mucho cariño y consideración. Su amoroso acto de amistad, su sinceridad, pero principalmente su compromiso con la iglesia, hicieron que se convirtiera para todos en una persona que era capaz de derrumbar todo ataque hacia la iglesia, que también era hacia él, porque representaba a la iglesia en el pueblo.
El Padre Puche me regaló una Biblia y un Niño Jesús
El día que cumplí 12 años me obsequió un libro con historias bíblicas que yo acostumbraba a leerlo en compañía de mi abuela y de mi madre.
Una vez me sentí afortunado contando a mis compañeros de estudios, en clases de Historia Sagrada, la historia de María Magdalena. Me aprendí de memoria casi todos los relatos y era capaz contarlos a viva voz.
También me regaló un Niño Jesús, que me trajo de su visita a la Santa Sede. Era un niño que exactamente cabía en sus dos manos juntas, un niño con sus ojitos brillantes y de mirada tierna. “Está bendito, cuídalo y no te olvides de rezarle siempre”, me dijo el día que me lo entregó. Mi madre solía colocarlo en una mesita en el recibo de mi casa para época de navidad. Presencié, en muchas oportunidades, su gran preocupación al no tener el dinero suficiente para ayudar a todas aquellas personas que llegaban a la Casa Cural buscando solventar su escasez, ya sabían ellos que lo espiritual estaba en primera línea. Aunque hoy, creo, que algunos, eran los pocos, acudían por facilismo y además, porque el Padre Puche no sabía decir que no. Pienso que se aprovechaban de su actitud noble. Conocerlo y acercarme a él hizo que me interesara por ayudarlo en los servicios religiosos.
Yo quería ser monaguillo.
Oficio que no nunca cumplí a cabalidad. El tiempo no me permitía ser un monaguillo de verdad. No pude profundizar en el oficio como tampoco lo hice en otros aspectos de mi vida. Estudiaba en Maracaibo, en el Colegio Nuestra Señora de Chiquinquirá (Los Maristas), y por razones evidentemente de clases, no pude ser más que un compañero de estudio. En el barrio “18 de Octubre” donde residía, tampoco intimé con los niños del barrio, me faltaba tiempo, porque los sábados, domingos, días de fiestas y las vacaciones las pasaba con mi abuela en Los Puertos. Definitivamente, era un niño itinerante.
Ayuda en los servicios litúrgicos
Entonces, hacía una ayuda al Padre Puche en los servicios litúrgicos, pues colaboraba en los bautizos, acompañaba al Padre en las procesiones y tocaba las campanas, aunque no es trabajo de un monaguillo, para eso existe el campanero, trabajo, realizado por mi padre cuando niño al servicio del Padre Soto. Aunque lo que más atraía era poder ayudar en la Santa Misa. Era importante, pero estaba reservada para los que habían acumulado más puntos por asistencia y comportamiento.
La casa cural, todo un remanso de paz.
En esa casa nos reuníamos los niños alrededor del Padre Puche para escucharle sus historias sagradas. Algunas veces en la sacristía, otras en las torres de la iglesia.
Que por cierto, desde las torres nos hablaba del pueblo y con el dedo índice nos señalaba los árboles floridos de la Plaza Miranda, o cualquier punto de la panorámica: el extenso azul del firmamento, el lago sugestivo, el muelle de madera, los vaporcitos en travesía o esperando turno, los anchos malecones, las casas coloniales pintada de vivos colores, las calles angostas y la gente que caminaba sin advertir que alguien la expiaba. Todo un magnífico espectáculo para conocer la historia de mi patria chica.
En una oportunidad subimos a una de las torres y estaba lloviendo muy fuerte. Los sonidos de los truenos, los resplandores de los relámpagos tenían un gran significado para el Padre: No hay que tener miedo, nada va a pasar. Son cosas de Dios, nos decía. La casa cural, era una casa sagrada y con un olor a jazmín que se colaba por las ventanas que daban a la gruta de la Lourdita. En varias oportunidades nos pedía que lo acompañara a la iglesia cuando era de noche y estaba totalmente cerrada. Decía que iba a revisar la luz del Santísimo.
El discreto encanto de la sacristía
El silencio de la Iglesia, un murmullo de vez en cuando, el crujir de una puerta o tal vez de una ventana, y el Padre nos decía que no tuviéramos miedo porque estábamos en la casa del Señor, y además acotaba, que si un ratón se movía hacía un ruido fuerte. Nos enseñaba a no ser temerosos y a buscar el sentido lógico de las cosas. La Sacristía con su olor a esperma y a incienso, “el discreto encanto de la sacristía” era un sahumerio natural. Todos estos lugares tenían un gran significado, tanto que, hoy, no tengo miedo a nada que no tenga sentido.
Las procesiones
Me gustaban las procesiones en los caseríos, por lo que significaba el viaje, saliendo muy de madrugada, ya que debíamos estar a media mañana en el lugar para la celebración de la misa solemne, como inicio de las fiestas y por la tarde la procesión, en donde, tocaba las campanas o andaba en la procesión. No importa, cualquiera de las dos actividades para mí era una gran ilusión. El campo, la gente maravillosa del campo, el olor a frutas silvestres me apasionaba.
Mis viajes a los caseríos de mi pueblo altagraciano
Desfilan por mi mente como un maravilloso caleidoscopio momentos y circunstancias de mi niñez y parte de mi adolescencia, muy vitales, yo diría que hasta mágicos, felices cuando compartía allá en mi pueblo con mis familiares y con el Padre Puche. Recuerdos encendidos de mis viajes a los caseríos para la celebración de sus fiestas.
Quisiro, en donde se celebran las Fiestas Patronales de la Inmaculada Concepción, allí solía tocar las campanas con deleite y travesura cuando salía la Virgen en procesión. Las campanas de la torre que repicaban para anunciar que la Virgen estaba en la calle, y desde allí, desde la torre de las campanas, observaba a la gente que seguía a la Inmaculada. Sus calles arenosas, pero repletas de gente muy alegre y sobre todo muy piadosas, aún siguen en mi memoria, tanto que ahora de adulto, he ido a ese pueblo, y siento la nostalgia por la emoción sentida en aquellos momentos.
San Antonio del Consejo de Ciruma, para celebrar las fiestas en honor a San Antonio de Padua era otra experiencia distinta. Entrar en la montaña significó una aventura imaginada. Eran impresionantes las carreteras llenas de lodo en donde se atascaban los carros, había que sacarlos tirados por fuertes cadenas. Era en el mes de junio, en plena época de lluvia cuando los jagüeyes se desbordaban. Llegar al pueblo era una experiencia muy hermosa. Su gente de color oscura, sus casas con patios que no tenían fin, ya que sus fronteras se perdían en las montañas de la sierra de Ciruma, el fuerte olor a frutas silvestres y a tierra mojada me atraía, todo era para mí como un cuento lleno de fantasías. Hoy son el recuerdo, el recuerdo encendido de aquellos espacios que rememoro.
La fiesta más importante de mi pueblo...
La fiesta de la Patrona, Nuestra Señora de Altagracia, la del 26 de diciembre.
Se iniciaba con su bajada del boato el día 8 de diciembre. El arreglo de la iglesia, del trono de Nuestra Señora, el cambio a su vestido de gala. Todos los preparativos, las misas de aguinaldos y la organización de Las Pastoras. En todo estábamos nosotros, los niños de la iglesia, los monaguillos, todos juntos previos a la fiesta siempre dispuestos a que nos llamaran para estar como soldados de tropa con alegría, ilusión y dispuesto a la participación. Entre juegos, conversaciones y paseos hacíamos el trabajo encomendado; éramos los “Boy Scouts” de la iglesia. De mis relaciones con los demás niños de la iglesia, guardo una memoria cordial y entrañable, aun cuando no profunda.
El padre Puche quería que yo fuera sacerdote... por tanto, tenía intención de llevarme al seminario donde como decía él: "están los gérmenes vocacionales”. Aspiración que no se hizo realidad porque aún cuando solicitó mi ingreso al Seminario, mis padres pensaron que debían darme tiempo para que yo tuviera más edad. En honor a la verdad, no tenía vocación de sacerdote, ahora lo entiendo, pero me gustaba de los Hermanos Maristas su inclinación por la enseñanza y del sacerdote la posibilidad de entender a los demás, un amor sin reserva por lo que hace y su dedicación todo el tiempo para que los semejantes solucionen sus conflictos y sus dolores espirituales. La vocación no es algo genético sino que se va formando con la vida misma. Evidentemente, me dediqué a la docencia y a la orientación.
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MIRADA INTROSPECTIVA
A mis amigos y compañeros de Letras
En 1966 me inscribí en un cursillo introductorio para ingresar a las Escuelas de Filosofía y Letras, éramos unos cuantos, no los conté, pero lo cierto es que treinta y cinco aspirantes, más o menos, iniciamos la carrera de Letras; unos para Letras Hispánicas y otros para Bibliotecología y Archivología. Al final de la avenida El Milagro, en el edificio que hoy ocupa la Secretaría de Cultura del Ejecutivo del Estado Zulia, era la sede de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia, el tercer piso, subiendo la rampa fue asignado para la Escuela de Letras. El director profesor José Pascual Buxó, siempre afable y deseoso de colaborar con los estudiantes, contando siempre con su secretaria la señora Maritza Ballesteros de Ciangherotti, quien a su vez compartía tareas con la señora Carlina Urdaneta de Gotera. Para la época se cursaba estudios según el régimen anual.
Mis profesores en la Escuela de Letras Hispánicas
En ese edificio cursamos primero, segundo y tercer año, por los pasillos de ese recinto y en las aulas de clases vimos pasar a los profesores, poetas y escritores Lino Vaz Araujo, Ligia Romero de Morán, César David Rincón, Pietro Marcotriggiano, José Luzardo, Roberto Jiménez Maggiolo, Carlos Sánchez Díaz, Esther María Osses de Aranda, Juan Darío Parra, Ana Mireya Uzcátegui, José Antonio Castro, Guillermo Yépez Boscán, Victor Fuenmayor, Enrique Arenas Capiello y Ramón Casas y García, maestros extraordinarios de la irreverencia y del proceso creador que hicieron una amalgama de experiencias de todas las escuelas y las diferentes técnicas de la crítica literaria, hombres y mujeres que convirtieron sus lecciones en una fiesta académica, agradable y profunda que siempre expresaron con mucha naturalidad, todos apegados a su responsabilidad y amor por la cultura.
El pasillo de los poetas
A medida de que los años pasaban el grupo de estudiantes mermaba, tanto que ya en el cuarto año, mudados para la ciudad universitaria, en un pasillo del primer piso del edificio de la Facultad de Humanidades y Educación, que se convirtió en “el pasillo de los poetas” estábamos Silverio Cubillán, Pedro E. Bracho Ocando, Martín Quiroz, Héctor Morillo, Américo Gollo Chávez y yo, escoltados de Nancy Torres, Inés Bravo, Haydee Rubio Espina, Esther Burgos Añez, Eleuda Pirela Reverol, Josefina Millano, María de Lourdes(Lulú) Hernández Faccini, Maritza Huerta Añez, Doris Pachano Rivera, Eslee Badell Galué, Lesbia Quiñónez Sánchez, Zoraida Hernández, Vittoria Coletta D’Biase, Dobrila Djukich e Inés Curraño de Doscky; quienes conformamos la Séptima Promoción de Licenciados en Letras, mención Letras Hispánicas, de la Universidad del Zulia, el acto solemne se realizó en el Auditorio “Alí Primera” de la Facultad de Ingeniería el día 20 de febrero de 1970.
Fueron cuatro años de estudios
Fueron cuatro años de grata diversión y amena camaradería entre nosotros y los ilustres profesores; de ellos nos honramos quienes con su verbo, inspirado en sus sueños, nos dieron el espaldarazo al proceso de nuestro crecimiento en el campo de la Literatura.
Los padrinos de la promoción
El profesor Guillermo Yépez Boscán, fue uno de los padrinos de la promoción, y el otro fue el profesor Ramón Casas y García. El primero de los nombrados nos dedicó un poemario “con la siempre viva, entrañable fe en la libertad del hombre y la palabra que lo transfigura y exulta”, titulado “Soberana sin duda”, en donde uno de sus poemas hace referencia al
Cristal herido
más devorador que tú
lenguaje,
Diosa momentánea
Siempre viva primavera
Tan tejida eternidad
Que me obliga a retozar
con la muerte
Cuello cortado el mío
sol el tuyo
E íntimas prendas en fuga
A trabajos de amor
( Me declaro)
Condenado en el paraíso
y nómbrote hilandera insaciable
¡ palabra, te lo prometo ¡
Larva de mí
¡Ah, Crisálida!
Tomamos diversos caminos
Tomamos diversos caminos profesionales, once de nosotros nos fuimos a las aulas universitarias y diez a la Educación Secundaria, pero todos nos hicimos docentes de las letras y de la palabra, con mayor o menor grado de satisfacción estamos culminando exitosamente nuestros caminos recorridos porque llegamos a la etapa de la jubilación como docentes. La creación sigue hasta la muerte. No todos hemos escrito libros, pero sí artículos, quizás muchos, para diarios y revistas, otros han publicado sus poemarios impregnados de respeto, franqueza y comprometidos con los valores literarios.
Pasando el tiempo...
Pasado algún tiempo, es interesante recordar que en muchas ocasiones para celebrar la fecha de graduación, ha habido intentos de encontrarnos, lo cual no ha sido posible, el trabajo, las obligaciones y las distancias nos separan, hubiésemos evocado muchos momentos gratos de esa hermosa época de estudiantes, épocas pasadas que no volverán con el mismo sabor: eso quedó atrás.
Los que se adelantaron en el viaje a la eternidad
Silverio Cubillán, Héctor (Beto) Morillo, Nancy Torres y Vittoria Coletta, ya no están con nosotros, se adelantaron en el camino de la eternidad. Permanecerán en nuestra memoria por siempre...
Y los demás, seguimos...
y ojalá Internet logre encontrarnos tan sólo para decirnos: ¡Hola!...
Las de Bibliotecología y Archivología
No puedo dejar de nombrar a nuestras compañeras de estudios, que desde las trincheras de Letras, mención bibliotecología y Archivología, nos acompañaron durante esos hermosos cuatro años: Flora Urdaneta, Norka Fernández, Nelly Primera, Yola Medina y Aurita Franchi Molina, estoy seguro que ellas también tienen algo que contar.
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SOY ORIENTADOR
A mis colegas Orientadores
Hice mis estudios de postgrado en Orientación (área personal) en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia...
Eso fue en 1982 cuando lo inicié, culminando la escolaridad en 1985, siempre pensando que era sin duda alguna una oportunidad para estar más de cerca de mi trabajo docente, que en ese momento realizaba en la misma universidad. De pregrado me licencié en Letras Hispánicas, título obtenido en la Facultad de Humanidades y Educación de la misma Universidad del Zulia el 21 de febrero de 1970, estudié Psicología hasta el tercer año de la carrera en la Universidad de la Tercera Edad (UTE), la cual no culminé por problemas presentados entre la institución y el Ministerio de Educación.
Me desempeñé como miembro y coordinador del Centro de Orientación y Desarrollo Integral (CENORDI) y Director de la Oficina Técnica de Servicios Estudiantiles de la Facultad Experimental de Ciencias, Universidad del Zulia (OTSE)...
Cargo que al jubilarme, le correspondió a mi colega y amiga Lunilda Sánchez. Durante el tiempo que estuve como orientador en la Facultad Experimental de Ciencias lo hice en compañía de mis colegas orientadoras Angela Villalobos Escandela, Ligia Méndez, Elda Ferrer de Arias, Lunilda Sánchez, Jaiza Perozo, Marta Albarrán y Luz Brunilda Vera Villasmil, con quien compartí experiencias y un sinnúmero de aprendizajes. Angelita se convirtió en mi maestra asesora de mis estudios en Orientación.
Asumir la coordinación del Centro de Orientación y la dirección de la oficina Técnica de Servicios Estudiantiles, implicaba estar al frente de un equipo totalmente formado por orientadores experimentados, consciente de la tremenda responsabilidad que tenía, confieso hoy que muchas dudas me asaltaban, sin embargo, conté con el apoyo de todos y cada uno de los miembros del equipo, creí, y mi creencia fue confirmada con el tiempo, que todo lo hace un buen equipo.
La experiencia y los libros son claves para el Orientador
Sabemos que se aprende mucho de los libros, pero la propia experiencia que sale de los consultantes (los clientes) es clave para el futuro de un buen orientador, tuve que aprender y aprendí que el crecimiento es permanente hasta la actualidad, toda experiencia es un elemento más para el crecimiento.
Ya estoy jubilado, aún sigo en mi trabajo como orientador, asumiendo el libre ejercicio, pero en el área vocacional y ofreciendo la ayuda a quienes me soliciten. Mi interés es colaborar con los jóvenes en estos tiempos que corren.
Aquí en Venezuela nos llamamos "Orientadores"
que es lo que se conoce en EEUU como "Counseling" (Consejería) y en Argentina “counselores”, lo que sucede es que la traducción de "consejería" al español no nos agrada a los profesionales de la orientación, porque ésta es una disciplina que está focalizada a la "Ayuda", mas no a aconsejar; para que nuestros orientados o consultantes (que llamamos clientes) resuelvan sus problemas, promoviendo cambios y mejorando la calidad de vida.
La Orientación es una profesión de ayuda para personas sanas
Es una profesión de ayuda para la persona sana, cada persona que llega a nosotros va a buscar que sus actitudes, sentimientos, percepciones y patrones de comportamiento estén acordes con su condición humana, afortunadamente hoy día, asistir al gabinete de un orientador es una actividad normal, atender a una cita particular o a un taller de crecimiento personal implica cultura y alto grado de responsabilidad, aparte de que es una hermosa experiencia. El orientador es un personaje especializado, un científico del comportamiento humano que atienden a las personas que se encuentran en momentos difíciles, los que viven un conflicto que en ese momento requieren una asesoría para obtener la deseada seguridad y estabilidad que aspiran.
La Orientación y la comunicación interpersonal
Digo esto porque quiero dejar claro lo que se refiere al Orientador como profesional, además aquí juega un papel muy importante la comunicación, ésta contribuye a reparar todo malentendido, para que el crecimiento del ser humano se haga lo más directo posible, y de hecho más efectivo, ya no es absurdo como dice Isabel Allende, confiar asuntos íntimos a un desconocido a quien además se le paga por escuchar.
Nosotros los Orientadores promovemos la comunicación en todo momento...
y más yo, en particular, tengo mi propuesta basada en el Enfoque Centrado en la Persona que creó Carl Rogers, quiero captar el espíritu y una actitud humanista en las relaciones, sean de ayuda o simplemente en las relaciones mismas entre familiares, amigos y hasta en desconocidos, abogo por el equilibrio, porque ese el camino para llegar a la tolerancia. Necesitamos ser coherentes para lograr la paz. Buscamos la salud mental.
ARREBATO NOSTÁLGICO
No soy maracaibero de nacimiento sino que me nacionalicé maracucho. Maracaibero o maracucho, eso ahora, que más da. Desde pequeño creí que ser maracucho o maracaibero era la misma cosa. El término “maracucho” originalmente es un despectivo, un adjetivo creado por los caraqueños para referirse al campuruso alegre y atrevido que fue capaz de retarlos en su propio patio. Ser maracucho es un reto y maracaibero es un honor. De tal suerte que ya no sé si soy maracaibero o maracucho, pero ambos términos me identifican con la tierra del sol amada, a decir del poeta Rafael María Baralt, compartiendo con Udón Pérez el verso “Maracaibo mía”.
Mi familia, hace muchos años, salió de su pueblo natal...
Con sus baúles repletos de ilusiones para instalarse en la ciudad de Maracaibo, lugar donde proponían trabajo, una vida distinta y sobre todo una posibilidad de crecer intelectualmente. Emigrar es una alternativa posible sólo dadas ciertas condiciones, mínimas, que permitan una adaptación favorable de los que se van y de los que quedarán sintiendo el vacío y la ausencia de los seres queridos que partieron. Vengo de una familia que siempre creyó en los estudios como medio para ascender socialmente. Tengo toda una vida en Maracaibo, pero conservo la terquedad de ser “puertero”, otro adjetivo despectivo creado esta vez por los maracaiberos ante la seriedad y pulcritud de los nacidos en Los Puertos de Altagracia. Apelativo que los altagracianos aceptaron con buen gusto y se quedó como gentilicio para los nacidos en la villa procera del Zulia: Los Puertos de Altagracia.
Emigraron para Maracaibo
Estoy convencido que la decisión de mi familia en emigrar fue lo más acertada, independientemente de los secretos inconfesables que motivaron la salida intempestiva de su tierra cuando apenas aquella era un verdadero riesgo. Obviamente, la búsqueda de una autentificación atrae todos los riesgos posibles. Me imagino que no fue fácil tomar la decisión de abandonar el ambiente provinciano, tranquilo y sencillo para enfrentar el ambiente de la ciudad capital. Nada estaba previsto sólo había que tomar la decisión y atravesar el charco.
El pueblecito encantador de Altagracia...
Mejor conocido como Los Puertos de Altagracia, enclavado en la parte noreste del estado Zulia, orientado hacia la salida del lago de Maracaibo quedó atrás. Aunque recorrer sus calles rectas, angostas y observar el carácter alegre de sus pobladores, es un verdadero placer que ahora disfruto en mis visitas eventuales. Ese pueblecito “dormitorio” que sigue conservando el aire colonial de los tiempos de Ana María Campos y Domitila Flores provoca mis arrebatos de nostalgia.
Mis recuerdos
. Recuerdo la plaza Miranda, el concejo municipal, el telégrafo, la policía, el bar de Toto, el cine, la casa cural y la iglesia. El muelle, los vaporcitos y ese sentimiento de arraigo. Jugar en el malecón con los barquitos hechos de conchas de coco tirados por un cordel, perseguir cangrejitas entre las piedras de los arrecifes y bañarse en la playa cada vez nos diera el mayor placer. Todo es el recuerdo de sitios y momentos vibrantes vividos en Los Puertos de Altagracia. Es algo que comparten mi intelecto, mi afectividad, mi razón y mi sensibilidad
Recuerdo el tañer de las campanas de la iglesia, cuando en el día domingo llamaban a cumplir con el precepto dominical. El primero: un toque. El segundo: dos toques. El tercero: tres toques. Entre el primero y el segundo transcurría un cuarto de hora y otro tanto de tiempo para dar el tercero que coincidía con el inicio de la misa o el acto religioso que en ese momento se disponía a comenzar. Así pues dependiendo de los toques finales de cada señal la gente sabía si quedaba mucho o algo menos para comenzar con la liturgia. Aparte de estos toques se escuchaba, en otras oportunidades, el toque de clamor anunciando que algún vecino había fallecido. Y en los días Santos se escuchaba la matraca por las calles anunciando que era época de oración.
La vuelta al terruño significa recordar el tiempo cuando viví en mi lar nativo, allá en la calle La Playa, en esa hermosa casa familiar que su patio terminaba en la orilla del lago. La vieja casa familiar, con la prestancia y sencillez de la época, arrullada por las olas lacustres y el vaivén de las palmeras. Era un caserón a mis ojos infantiles. Después de la puerta principal había una amplia sala con grandes y altos ventanales, abierta hacia los corredores interiores y hacia los recintos íntimos propicios al recogimiento y al descanso. Muchas habitaciones y un tinglado en donde ocurrían bellas escenas familiares. El tinglado o corredor en donde todos – abuela, mis padres, tíos y primos – formaban un escenario de amenos e inolvidables encuentros que marcaron mi hoy, con sus hamacas, taburetes, banquetas y los quicios de las puertas para disfrutar de las apasionadas tertulias y un olor, el sopor de variados perfumes que venían con la brisa del lago, de las plantas que cultivaba la abuela en su pequeño y bien cuidado jardín en donde de niño hice correrías acompañado de mis primos y amigos inolvidables. El olor a yerbabuena, cilantro, albahaca y orégano confundían el ambiente en gratos olores que se combinaba con la enredadera que bordeaba el bahareque que despedía su olor a jazmín-japón y no-me-olvides. La imagen de esos árboles de la casa me viene con frecuencia a mi mente tal cual como una fotografía, incluso hasta las hojas secas que reunía mi abuela alrededor de los árboles para mantener la tierra húmeda.
El acento de mi pueblo: puertero
El acento de mi pueblo lo he cambiado y la costumbre de estar allá en Día de la Patrona la perdí. La alegría del retorno a la casa se transforma en una deuda dolorosa y melancólica. Pero cuando llego a mi pueblo, ese es mi pueblo, pero ya no es la gente que dejé. Todo ha cambiado. Soy un exiliado que recuerda los episodios vividos en ese pedazo de tierra costaorientalaguense. Sigo viendo mi pueblo en mi mente y cuando vuelvo a la realidad fijo mi mirada en un punto lejano, cuando me encuentro a unos cuantos kilómetros y en la orilla opuesta. En la distancia lo veo y diviso las dos torres de la iglesia y los tanques blancos de la extinta estación La Estacada, punto de salida al lago de la vieja y recordada empresa petrolera que se asentó en Mene de Mauroa.
Los lazos familiares quedaron en Los Puertos
Algunos lazos familiares, los lugares de pertenencia y los afectos quedaron allá en el pueblo como quien se aparta de un árbol sagrado. Pero en esta etapa de mi vida, quiero como nunca para mis coterráneos todo lo mejor del mundo: convoco, con emoción, a todos los puerteros a hundir hondas raíces en su tierra, que también es la mía, como único camino esencial para florecer en el mundo. Yo por mi parte, desde la distancia del mismo modo izo la bandera de quien nunca olvida su patria chica. Si no hubiese vivido esos instantes en mi pueblo y en la casa de mi abuela, habría perdido lo mejor de mi vida.
La tierra natal
Según la antigua filosofía china, la tierra natal de una persona es el punto de partida y el punto de llegada de su vida. La tierra natal y sus habitantes son como las raíces y las hojas de un árbol. Quienes la abandonan terminan por volver a ella, idea espiritualizada en el modismo “las hojas caídas retornan a la raíz”. Incluso si las circunstancias impiden el regreso al hogar, las raíces jamás se olvidan. Dentro de este marco conceptual, quienes carecen de una clara conciencia de donde está su tierra natal resultan despreciables y no pueden estar en paz consigo mismos.
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